jueves, 8 de enero de 2009

Año de nieves


Navidad y Año Nuevo coincidieron en jueves, y por tal razón ustedes no me leen desde hace mucho. Me he tomado unas vacaciones circunstanciales. Con mis últimas palabras en DV dejé atrás nieves tempestuosas, y con las primeras del año recién estrenado, las vuelvo a encontrar. Entre nevada y nevada, en este tiempo donde hemos tenido sol y calma, me he encontrado con noticias muy inquietantes. Una guerra. Una crisis que empeora con cada titular. La inflación por los suelos. El déficit, o sea, nuestros futuros impuestos, por las nubes. Los reyezuelos de taifas autonómicas sin otro alcance en sus miras que el de su propio egoísmo, cuando no mediocridad. Un presidente que no sé si sabe muy bien lo que se anda haciendo, o eso opino. Noticias de secuestros terminados. De loterías infecciosas. De gases que dejan de circular por las tuberías europeas. Conflictos en aeropuertos y aviones, como siempre sucede. Un atentado, regalo cruel del año nuevo. Y, en general, pocos motivos para la alegría que debería inundarnos por vivir en este mundo superior a los otros mundos que cohabitan en nuestro planeta.
Año de nieves. Y encima lo que ha nevado es la matraca ésa, tan absurda como fútil, de olvidarnos del 2009 cuanto antes. Que lo vivamos con las manos en los bolsillos y los hombros encogidos, que todo será próspero y dichoso nuevamente en el año posterior, cuando acabe la primera década del siglo XXI. Pues no. Oiga. Yo he de coger este toro por la porción de cuernos que me corresponda. No podré impedir el avance de los tanques israelíes, ni atenazar el terror que impone Hamas desoyendo incluso a la Autoridad que rige en Palestina. No podré devolver el empleo a quien la crisis destroce su tranquilidad. Ni podré espetarle cuatro cosas a nuestros gobernantes, que cada día me tienen más harto. Pero este 2009, para mí, cuenta, y cuenta mucho. Más que los demás, si cabe. Precisamente porque no podremos darnos el gustazo de cambiar de coche. O de hacer reformas en casa. O de planear esas vacaciones de lujo. Pero acaso sí podamos descubrir un sentido de la vida que se había enquistado, multitudinariamente, en la facilidad y el exceso.
No será éste un año de bienes, que de todo eso se encargan ya nuestros políticos y propagandistas alertando continuamente sobre el recrudecimiento (menudo palabro) de los problemas económicos  y financieros, y los inmobiliarios y no sé cuántos más. Seguro que alguno me dejo. Y todos esos nos preocupan, y mucho. De todos ellos me apetecerá hablar desde esta columna de los jueves. Porque las nieves de este invierno no han de traer la buena cosecha a que estábamos acostumbrando. Pero estoy convencido de que nos ayudarán a entender mejor el mundo en el que vivimos.