viernes, 14 de noviembre de 2008

Semana de Ciencia


Sobre un escenario iluminado por una luz muy blanca, descansan tres sillas. Aparece un hombre vestido de negro, con guantes blancos y la cara pintada de blanco inmaculado. No hace ruido, ni habla. Gesticula y se mueve. Juega con las sillas, fingiendo volar en un avión. Juega con la escena, fingiendo ser muchos personajes. Juega con la luz, fingiendo escaparse de una caja inexistente. Habla con el silencio, y actúa con enseres que no hay pero que todos parecen ver. Carlos Martínez, el hombre del escenario, ejerce su maestría de mimo inaugurando una feria científica.
No hay una sola manera de comunicar la cultura de la ciencia. No podría existir una sola manera, dada la inmensidad del conocimiento científico, tan profundo y complejo que parece inalcanzable. Ya hay rutinarias exposiciones de principios muy básicos (casi de texto escolar) en los museos y en la mayoría de los eventos al uso. Como científico, pero también como enamorado del arte, pienso que conviene contraponer a estas realidades lo que el propio ser humano es. Lo que produce y entrega a otros. La ciencia no es sino una evidencia creativa de cómo los seres humanos aprendemos a lo largo de nuestra evolución animal. No la única. Importante, al igual que todas.
Por eso aquí, donde vivo, quisimos iniciar nuestra feria científica con ballet. Con mimo. Con orfeones. Y la concluimos con un concierto de rock. Hicimos, al principio y al final, todo eso que aparentemente nada tiene que ver con el hecho científico. Despojando a la ciencia de ropajes inhumanos. Evitando esa maraña inmensa de fórmulas y enseres que, seamos prácticos, a muy pocos interesa. Era importante mostrar que a un científico le gusta el teatro, como a usted, y el ballet, como a usted también, y un concierto de rock. Haciéndolo, disipamos la desconfianza hacia las cuestiones lejanas producidas por el pensamiento complejo.
Muchas veces he hablado de mezclar ciencia y arte. De devolver al propio ser humano los productos de su intelectualidad, que parecen escaparse hacia las estratosferas del entendimiento. Y de cómo es importante que la ciencia beba de los vientos del arte, como el arte bebe continuamente los de la ciencia. Porque el arte ha evolucionado, produciendo obras que solamente en un taller artístico dominado por la tecnología y la ciencia se pueden producir.
Ahora no me dedico a eso de divulgar la ciencia. Lo hago discrecionalmente y por placer personal, para seguir demostrando a muchos la humareda de sus propuestas. Y para decirle a usted que, si acude en esta semana de la ciencia a participar en cualquiera de sus actos, vaya predispuesto con alguna de las premisas anteriores. Tengo la certeza de que los disfrutará con una muy acertada sensibilidad