jueves, 6 de marzo de 2008

Sin ciencia no hay cultura

Ésa es la consigna para frenar la debacle. Mientras Ibarretxe habla de I+D en la bienal de máquina-herramienta de Bilbao, en el Ministerio de Educación y Ciencia hablan preocupadísimos del porvenir de esa misma I+D. Todos coinciden en que es el motor del progreso industrial, del crecimiento económico, de la productividad. ¿Y qué pasa con el escaso interés de nuestros jóvenes por las ciencias y la tecnología? En España hay una tasa de titulados tres veces inferior a la de China, por ejemplo.

Esto pasa desde que la pedagogía entró a manipular los caminos del éxito. De haber nacido veinte años más tarde, yo también querría ser gestor de inversiones, director de marketing, empresario puntocom o futbolista brasileño. El esfuerzo no mola, ganar mucho dinero sí. Y dirá usted: nadie gana mucho dinero sin esfuerzo, a menos que se lo regalen en la lotería. Pero esa percepción no ha calado. La pedagogía moderna ha creado palabras huecas y altisonantes, como motivar, incentivar y demás jerga adyacente. Ha sido un lamentable error vincular toda actividad a sus perspectivas de promoción social y estatus económico. El desprestigio académico ha dejado un vacío rápidamente invadido por las fábricas de sueños: contratos millonarios, coches deportivos, éxito, idolatría, lujo, riqueza. 

Sorprende que los pedagogos de crianza sigan insistiendo en eso de que la adquisición de conocimientos matemáticos, lingüísticos, filosóficos o históricos, debe ser divertida, lúdica, participativa, sin esfuerzo, más de colegas que de colegio. Ahondan, irresponsablemente, en un callejón sin salida. Porque sin esfuerzo no hay capacidades. Sorprende aún más que se insista tanto en lo de la ciencia y la cultura. Yo lo repetí alguna que otra vez, lo admito. Cuando uno dirige un museo científico, es fácil arrimarse a un micro y escupir por la boca frases ampulosas. Pero la solución no consiste en ubicar la ciencia en su lugar. Eso es un mero reajuste. La solución estriba en saber reorientar el reciente cambio social, el que ha desvalorizado tantas cosas y tan deprisa, entre ellas la importancia de la ciencia en nuestro desarrollo humano. No puede ser que pretendamos una sociedad del ocio, del conocimiento, ambientalmente coherente, responsable, y que la única semilla sembrada con provecho sea la de los negocios insostenibles y el despilfarro descarado. Para los amantes de los datos: fíjense en el indicador de las finanzas públicas. Refleja que los países europeos no han dedicado los beneficios del crecimiento a hacer frente los desafíos del envejecimiento y la reducción de la población. Pregúntense entonces a qué hemos venido dedicando nuestro crecimiento. Porque no ha sido a asegurar nuestro futuro…