jueves, 8 de marzo de 2007

Mujeres

Hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer. Hace exactamente 150 años un grupo de mujeres se manifestaban por las calles neoyorquinas. Eran todas obreras de la industria textil, donde las mujeres eran mayoría. Reclamaban en la calle por sus derechos, no pedían sino acabar con extenuantes jornadas de más de doce horas a cambio de salarios miserables. Corría el año 1857 y las manifestantes fueron disueltas con violencia por la policía.

La revolución industrial trajo consigo algunos inventos tecnológicos que, como la máquina de coser, o la máquina de escribir, necesitaron poco a poco de mano de obra cualificadamente femenina. Con el tiempo, sirvieron para que la mujer –no sin esfuerzo- se incorporase definitivamente al mundo laboral. Hoy el carácter de esta jornada es más general. Debemos a las mujeres este reconocimiento. Y sin embargo, a pesar de todos los avances habidos en estos 150 años, aún perdura una lacra que eclipsa el desarrollo vital y social de la mujer. Justo cuando la Humanidad piensa en la colonización de nuestro Sistema Solar o en atajar las consecuencias climáticas de nuestro desarrollo, aún hemos de despertarnos con noticias tan desagradables como lo es otra mujer asesinada por su pareja. Sin mencionar a las miles de mujeres que callan sus tristes circunstancias personales, vividas en la soledad de sus hogares. Este tipo de violencia, que no conoce estatus social, no es sino el arma brutal de varones que alcanzan el punto más alto de irracionalidad en su fomento del odio hacia la mujer. Porque es odio lo que profesan. Y por descontado, nada en la naturaleza ni en estudios científicos lo justifica. No se puede explicar aludiendo a la zoología o la antropología o las teorías evolutivas o genéticas de los seres vivos. 

El machismo, como promoción continuada de actitudes discriminatorias y lesivas hacia el sexo femenino, se ha desarrollado en el pensamiento consciente del varón como manifestación de una supremacía que no posee aunque crea tener bajo el amparo de su fuerza física superior. Y ésta, en vez de ser usada para proteger su especie y su prole –algo que sí sería zoológicamente admisible- se emplea en humillar y zaherir, física o psicológicamente, a un igual: la mujer. Quizá los especialistas encuentren en la ciencia algún día remedios que permitan extirpar esta inadmisible monstruosidad. Yo, de momento, lo dudo. Pero sí soy plenamente consciente de que los padres tenemos un deber ineludible con nuestros hijos, porque educar con el ejemplo en el fomento del respeto, la tolerancia, el esfuerzo y el pensamiento crítico es la mejor medicina que conozco. La curación no está en nuestro presente, sino en el futuro de nuestros hijos.