viernes, 5 de septiembre de 2025

Bombazos caribeños y un zombi en la Moncloa

Recientemente, Estados Unidos ha hundido una narcolancha en el Caribe. Trump ha desplegado una imponente fuerza naval para luchar contra el tráfico de estupefacientes y no está siguiendo las normas del derecho internacional a la hora de abordar (nunca mejor dicho) esta situación. No detiene o registra las embarcaciones que interceptan: directamente las envía al fondo del mar, escudándose en la autorización del Congreso tras el 11-S, que permite emplear métodos de guerra contra organizaciones terroristas (islámicas). 

Hasta ahora, Maduro y su tropa representaban la imagen de una férrea dictadura capaz de conducir todo un país a la miseria y la inexistencia. Con Trump, Maduro es el líder de un grupo terrorista y narcotraficante, que ha usurpado la totalidad de un país para proteger sus negocios. A mí, personalmente, me bastaba con las ruindades del señor del bigote para querer enviarlo a criar malvas. Siempre me pareció sospechoso que Estados Unidos fuera tan condescendiente con un individuo capaz de condenar a millones de personas al exilio y dejar su propio país sumido en el fango hasta dentro de medio siglo, al menos. No era nada sospechoso, en cambio, que idiotas como Zapatero o el profesorucho aquel de la Complutense (Monedero) defendiesen a capa y espada al heredero del chavismo (un heredero con ambiciones, porque lo de lucrarse con la droga es un golpe magistral respecto a las enseñanzas del gorila aquél que lo designó). Ambos, y no sé cuántos más, han sido muy generosamente retribuidos por Maduro. Tal vez lo siguen siendo aún. Lo dicho. Uno no puede fiarse de la palabra del bobo solemne que fue presidente a golpe de bombazo y mentiras (las suyas), y mucho menos de cuanto es capaz de parir el engendro podemita. 

Solo Cuba sostiene a Venezuela (y viceversa). El baldomero (Putin) no les tiene mayor aprecio (aunque finja por aquello de ser contrario a Europa y Estados Unidos), y dudo que los chinos se fíen de un bigotudo que solo sabe matar a su gente y hacerse de oro con la cocaína. El gordinflas norcoreano es igual de desalmado, cierto, pero Asia nos queda muy lejos: Venezuela es patria hermana (o hija) nuestra. El caso es que Trump ha decidido dar caza al Nicolás, y solo queda preguntarse cuándo le enviará un misil para metérselo por donde escuecen más los pepinos. Israel, con menos poder y menos soldados, es experta en eliminar cúpulas militares y gubernamentales desde la distancia: los chicos yanquis no pueden ser tan torpes como para invadir un país sin ser necesario en absoluto. Veremos qué pasa al final. De momento, hunden esquifes sin conceder a sus tripulaciones entregarse. Y Maduro ha reaccionado como si la cosa no fuera con él. 

Lo escribí hace unos meses (Trump debería ocuparse de Venezuela), y aunque este verano nos han superado los líos dialécticos con Putin, el asunto no deja de ser relevante y de principal importancia. No sé qué han dicho los opinadores españoles, la verdad. No es que me interesen demasiado, pero siempre es conveniente anotar lo que dicen y contemplar el registro histórico como quien observa el proceso de una locura casi intergeneracional. El indocto que se va malogrando él solito, y más que desmejorará conforme el parapeto que se ha montado en el palacio monclovita para no acabar en la cárcel se vaya descomponiendo, tampoco ha dicho ni mu. No sé si puede. O sabe. En realidad, jamás pensé que podríamos contemplar a un zombi de verdad sentado en la poltrona de la presidencia del Gobierno. Allá él. Su mujer, al menos, sigue estando apetitosa: lo mismo pronto le sale cornamenta y todo (cabrón ya sabíamos que es un rato).


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