viernes, 17 de junio de 2016

Contendores

A los debatidores se les conoce, principalmente, por su inexistencia léxica. En Sudamérica se los denomina contendores; nosotros los llamamos contendientes (prefiero el término de nuestros hermanos latinos). Y comienzo así la columna de hoy y con el apuro que me produce confesar que, esta vez, sí seguí el debate del lunes. Mucha gente lo hizo. En la tele hubo casi diez millones de personas pendientes de lo que decían. Incluyan a quienes nos sumamos por radio o internet y comprobarán que un muy buen pellizco de la población permaneció atento a lo que decían. No voy a escribir aquí mis pareceres de guerra (si ganó fulano o zutano), ni a defender a mi candidato predilecto (no tengo), como hace la inmensidad de los comentaristas políticos, cual si hablasen de un partido de fútbol o la batalla de los Dardanelos. Pero sí les voy a apuntar mis reflexiones porque, de hecho, me sorprendieron incluso a mí.
Lo que vi en ese debate fue, principalmente, dos modos antagónicos de hacer la política. Por una parte el modo antiguo, representado por un señor viejo que defendía su gobierno y un señor menos viejo en apariencia de cuyo recuerdo al finalizar el asunto hube de salir espantado y a quien pronostico un pronto final (para felicidad de todos). No sé quién les elige en sus respectivos partidos (valga la negación retórica), pero son la viva imagen del anquilosamiento ortopédico que ejerce una práctica, la del poder, en quienes la abordan desde sus entramados vetustos y obsoletos. Por la otra parte, había dos líderes jóvenes que me sorprendieron por su viveza y libertad a la hora de proclamar sus mensajes y cifras, se estuviese de acuerdo o no, como si además de repudiar las gangrenas de los de enfrente, quisieran también sobrepasarlas. El de la coleta, al que había escuchado poco en directo, y a quien tengo por político muy sospechoso ideológicamente, lanzó datos y afirmaciones con desparpajo. El otro, el que no llevaba corbata, pese a un exceso de tirria escorredera, salpicó la noche con sopapos a diestro y siniestro, evidenciando que voluntad  de erigirse no le falta.
La política vieja y la política nueva. Parecen lo mismo, pero no se presentan de la misma manera. A estas alturas uno anda tan escarmentado de lo viejo, por lo enredado y laberíntico de su devenir, que lo nuevo relumbra, aunque encierre trampas y peligros. Pienso que vivimos un momento de cambio. Y puedo entender por qué. Basta echar un vistazo a lo del lunes