Tiempo de hacer promesas. De declarar intenciones. De
vender humo. De engañar y de convertir en verdades las mentiras. Estamos en
campaña electoral... No sé si usted, caro lector, ha decidido o no su voto.
Para no modificar mi costumbre, pues no encuentro razones que me impelan a
hacerlo, yo seguiré sin votar a nadie. Pero mientras llega el día de ejecutar
mi abstención, sigo escuchando las promesas que unos y otros blanden en la
arena.
En los carteles aparece Rajoy, ese soso y aburrido señor
que ha morado la Moncloa en los últimos años, estableciendo que va a bajar no
sé cuántos impuestos tras haber creado no sé cuántos millones de empleos. Enfrente, sin atisbo de profundidad alguna
(tampoco don Mariano la tiene, por mucha gravedad que aparente), está Sánchez,
vestido de camisa y sonrisa, desconocido para muchos y de complicado discurso,
que habla de becas y sueldos dignos y ayudas a empresas y libertades (está
visto que nos sigue sobrando el dinero igual que sobraba hace treinta años,
porque sigue estipulándose la importancia de subvencionarlo todo a fondo
perdido). En el flanco derecho hay un señor de Murcia, digo de Barcelona, a
quien aún no he tenido el honor de escuchar pese a las muchas veces que lo he
intentado, por lo cual hablar de él me sigue pareciendo un misterio. Y en el
flanco izquierdo, el inefable Pablemos, lidera a los angustiados que en el
mundo habitan y a los indignados que han olvidado las razones de su enfado.
En la prensa tratan de convencer de que entre estos
cuatro, si no en todos ellos, se encuentra el futuro de los tiempos venideros de
España. Y mientras los unos desgranan sus interminables promesas, con la
locuacidad de quien sabe que abiertas las urnas tendrán que jugar a desmentirse
los unos a los otros y viceversa, en las redacciones se calculan
probabilidades, combinaciones, permutaciones y demás artilugios estadísticos.
Cuán importante será el voto que luego los unos harán lo que les venga en gana
y los otros interpretarán lo que más rabia les confiera sus cábalas.
Como tampoco espero mucho de ninguno, el día 21 me
sentiré igual de satisfecho que ahora mismo. Total, las grandes proclamas ya no
se las cree nadie salvo los acólitos, y hace tiempo que ningún líder habla de la
necesidad de reformar la Administración (y casi también el Estado) o de
acometer los detalles menores de todo este artilugio nacional. Cataluña,
mientras, guarda silencio. Euskadi, en cambio, toma posiciones.