viernes, 14 de noviembre de 2014

Lo de Cataluña

Nuestra implantación identitaria tiende a proclamar que es testimonio vivo de alguna minoría. Esta ansiedad está muy extendida y viene entremezclada con versiones rudimentarias de discursos sobre derechos adquiridos (o heredados), como si tal dialéctica desencarnase al sujeto del capitalismo transnacional en que vivimos envueltos, y a su trascendencia histórica. En Iberoamérica, muchos indios se autoproclaman solamente para tener el derecho a ser reconocidos. En Europa, lo identitario es más complejo y busca ser Estado.

El mercado provee identidades a lo largo y ancho de este planeta como si fuesen jabones (viaje un poco y lo comprobará). El mercado, en este caso, es la política: al ciudadano sagazmente ha de bastarle con el cuidado y fomento de su propia identidad, sus acervos culturales y su folklore más autóctono, pero al político tal menester siempre ha de parecerle insuficiente y, por tal razón, tiende a convertir la identidad en un problema de Estado (o de falta de Estado) y a convencer a las masas de la imperiosa necesidad de resolver tal desorden innatural de los hechos. Este modelo (que se denomina nacionalismo) actúa al principio en defensa del ciudadano-víctima “diferencial” frente a su contrario histórico, aunque dicho contrario no exista o sea de ingeniosa invención, y trata de imponer un desarrollo de la diferencia cultural hasta convertirla en dominante. Esta imposición asfixia y enmudece a quienes no la aceptan y realza a quienes sí la asumen. Huelga decir que dinero y poder garantizan ciertos objetivos.

Y digo ciertos porque en Cataluña hemos visto que el ciudadano ha superado las imposturas absolutistas y no está en la brega de resignarse al nacionalismo separatista. La consulta (o como se llame) del domingo ha reflejado que Cataluña y España son una misma unidad, no por quienes acudieron a los colegios a depositar su papeleta en la urna sino por deseo implícito de quienes no acudieron a hacerlo. La clave hay que saber leerla: Cataluña quiere disponer de un espacio propio como nación sin Estado y para ello la mayoría de sus habitantes está pidiendo que Cataluña reconecte con el resto de España, no con su Gobierno, para lograrlo. No existe una clara mayoría separatista, pero sí es mayoritario el sentimiento de buscar un esquema político más autónomo y verdadero. En este sentido deberían trabajar los dirigentes.

Como es habitual, los dirigentes andan enzarzados en disputas mediocres y sin sentido.