viernes, 11 de febrero de 2011

¿Renovables en crisis?

Ayer en Diario Vasco leí que Gipuzkoa debe potenciar las energías renovables para no lastrar su futuro. Y me quedé pensando si merece ahora la pena.

Según los datos de Red Eléctrica Española, la potencia instalada en 2010 fue mayor de 100.000 MW. La máxima demanda correspondió a 44.000 MW. Es decir, tenemos instalada más del doble de la máxima potencia demandada. Eso significa que nuestro sistema eléctrico está sobredimensionado, cosa que es necesaria para evitar apagones y desabastecimiento en caso de que una central deje de funcionar. Pero, ¿de verdad se necesitaba sobredimensionarlo tanto?

Las energías renovables (eólica y solar, principalmente) aportan 25.000 MW. Hay reserva de unos 26.000 MW en ciclos combinados (gas) por si no hay viento y las nubes cubren el cielo. Como se da prioridad a las renovables, las centrales de gas funcionan menos horas de las previstas con el consiguiente peligro para su retorno de inversión. El mix energético español se compone de un 26% de electricidad producida por gas (que no por petróleo, confusión que aparece recurrentemente en la prensa), un 19% eólica, un 16% hidráulica y un 12% carbón. Como desde 1988 no se instala nada de potencia nuclear, este segmento representa un escaso 8%. La fotovoltaica apenas el 4% del total. 

¿Alguien habló de crisis? A causa de la ingenuidad ecologista de este Gobierno unos cuantos se han forrado renovablemente a consecuencia del RD661/2007, que prometía retribuciones de 44 céntimos por kWh fotovoltaico a 25 años vista, amén de otras primas (inferiores) para las demás energías. Por aquel entonces usted y yo pagábamos alrededor de 9 céntimos por kWh (año 2008). Adivine de qué bolsillo sale tanto la diferencia como los millones de euros que esas subvenciones significan.

A veces tengo la sensación de que en este país las intenciones son buenas, pero se ejecutan de un modo absurdo y ciego. Y eso acaba costando dinero. Mucho dinero. Las ideas esplendorosas terminan subiendo los impuestos, y las retenciones, y el IVA, y la inflación, y que se confabulen para bajarnos el sueldo y la pensión. Eso sí, no hacen bajar el paro, ni la pobreza, ni tampoco la sensación de que las grandes megalomanías políticas, que sonar suenan muy bien, tarde o temprano se acaban convirtiendo en desastres y facturas a pagar por los de siempre. 

Y no me acusen de indiferencia por el bienestar del planeta. Me he limitado a exponer de qué manera esa no-indiferencia se está llevando a cabo.