jueves, 22 de enero de 2009

Rey negro, peón blanco


En la casa más blanca del planeta, donde sus albos colores comienzan ya a pigmentarse del negro color de la piel de su nuevo rey, ha llegado la esperanza. Su oratoria es inmaculada, salpicada de tonos esperanza y tintes épicos, como si ese rey nuevo, a cuya coronación asistió enmudecida medio planeta, estuviese decidido a escriturar una de las mayores gestas jamás cantadas. Ésta contiene todos los elementos que gustan al pueblo, sediento como está de héroes y aventuras de verdad. De tanto vivir acobardado y avergonzado con las andanzas de un reyezuelo maligno, despiadado y déspota, que había convertido el trono solemne en un trono cruel, el pueblo casi se había olvidado de soñar.
Ha llegado la esperanza, por tanto, a un reino que se construyó sobre principios y conceptos que han sido olvidados por el nuestro, más antiguo y maduro. Unos principios que lo convirtieron en la más poderosa nación del planeta. Unos principios que une a todos, con independencia de su ideología, raza, procedencia o religión. Por ello, sus adversarios le aclaman y sus enemigos le respetan. Aún no ha comenzado a reinar, y su cantar ya concita el disfrute de los más encumbrados sueños románticos.
Quien esta columna escribe, con mayor o menor acierto, no deja de ser un simple peón, blanco o caucásico, que mira toda esta aclamación, por no decir canonización secular, con cierta distancia. No siento ese magnetismo hechizante y fascinador del nuevo rey, pues bien sé que otros reyes hubo antes cuyo brillo se apagó de inmediato, e incluso el villano de nuestra historia también puede decir que fue en su momento aclamado por el pueblo. Y si no siento ese magnetismo ni me quedo prendado de la oratoria maravillosa de quien espero que se convierta en un gran líder, es por una sencilla razón. La política, el mundo en el que este humilde peón vive, es real, y la realidad no se narra en épica de gestas, sino en la prosa árida y áspera de los resultados. El mundo está ansioso de resultados. Yo mismo estoy ansioso de resultados. No me gusta el mal actual que se cierne sobre nuestra sociedad, ni la palabra recesión, ni tantas otras palabras que dicen lo mismo de otra manera. Quiero que las cosas cambien, que los problemas económicos se resuelvan. Pero también que se acaben las guerras y tanto hacer el idiota escudados en los intereses comerciales, que siempre sabemos que son interesantes para unos pocos. En poco me estimaría si únicamente me quedase con el sueño de las posibles glorias cantadas.
Además. Hay una cosa que me desconcierta en tanto halago y tanta expectación. ¿Alguien cree, de verdad, que ese rey negro va a resolver los problemas de otros reinos que, como el nuestro, no son el suyo?